lunes, 10 de enero de 2011

Noventa veranos





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Nació hace noventa años en Rosario, hija de “La Yeya y del Yeyo”. Años después se convirtió en hermana de Emilia. Algunos dicen que fue Dios el que quiso que sea por poco tiempo, yo siempre creí que la culpa era de un atracón de maní y agua helada.
Cuando le preguntan cómo se llama ella sin titubear contesta “Porota”, como si el Esther Emma no existieran. “Era tan chiquita que me decían Porotita” me dijo una vez, y mirando frente a mí a toda una Señora Abuela Porota, debo confesar que me costó creerle.
Cuenta que tenía el pelo largo y rubio y si cierro los ojos un instante la puedo ver cepillándolo frente a un espejo con el mismo cuidado con el que cepilló tantas veces el mío, quizás igual de largo que el suyo, pero nunca tan rubio.
La leyenda cuenta que se enamoró de mi abuelo por su presencia y su traje blanco, que fue en un baile, con cabezazo incluido. Tiempo después escuchó a su suegra hablando de ella con una de sus cuñadas, “escoba nueva barre bien” dijo y le regaló un desafío. Siempre barrió bien.
Tuvieron dos hijas en Rosario y luego se mudaron a Lanús, donde tuvieron dos hijos más, mellizos ellos, y uno de ellos mi papá, el único varón del matrimonio Torres-Torres.
Siempre intenté imaginar esos días en los que no había ni pañales descartables ni microondas, días en los que mi abuelo viajaba mucho, que mi tía Norma era tan buena y obediente que era capaz de quedarse por horas en el mismo lugar si le decían que no se moviera de ahí, que mi tía Alicia era tan rebelde como compañera de sus hermanos, que mi tía Mary soplaba las velas el mismo día que mi papá y a mi papá usando “los cortos”. Días en que en la mesa había tantos para comer como platos personalizados, y a ella como mamá de todos, mamá de nenes, de adolescentes y de incipientes adultos, no preguntando mucho, respetando otro tanto, confiando supongo y llevándole milanesas a mi papá a la calle 24 de Noviembre allá por los setenta.
Ana la convirtió en abuela, después llegaron Mariana y Leandro y cuarta yo que no sólo fui su nieta, sino también su vecina y su invitada de honor a desayunar té con leche en la mesada de su cocina todas las mañanas de cada fin de semana, después llegaron Eugenia, Juan Pablo, María Laura y por último La Chiqui. Ocho en total, dos por cada uno de sus hijos.
Aunque quisiera no podría hablar por mis primos, cada uno tiene su cuento, su historia, su abuela, ni siquiera por sus siete bisnietos, aunque uno sea mi hijo.
La mía es esta que cuento, con la historia que la trajo hasta acá y con mi mirada aunque no tenga sus ojos.
La que me regaló en cada cumpleaños una enorme torta de frutillas con crema y una bolsa de caramelos de coco y leche, la que después que se murió mi abuelo, se quedaba en casa hasta que sentía que sus plantas la reclamaban, no para regarlas sino para charlarles, la que cocina rico, la del pollo con nuez, el arroz con pollo, las milanesas, las albóndigas, los estofados.
Mi abuela me contaba cuentos y fue la mejor alumna de la salita verde, rosa, azul, del jardín en el que mi hermana era maestra cuando tenía tres, cuatro, cinco años, poniendo obedientemente las manitos atrás y no pudiendo tocar las galletitas hasta  no escuchar “Ya podemos empezar”.
Mi abuela volvió a quedarse en su casa cuando volvió mi papá, estando cerca de mi tía Alicia, enseñándome con el tiempo y con ejemplos que su casa no son cuatro paredes, sino donde están sus hijos. No entendiendo muchas cosas, esperando otras, reencontrándose con mi tía Mary y volviendo a esperar.
Me enseñó también que el cariño no se mendiga, que una buena comida hace bien al alma, que se puede cebar mate aunque no se tome, que las servilletas de tela son mejor que las de papel y que hay heridas que sólo se curan con un “sana, sana colita de rana”.
Mi abuela es como quiero que sean las abuelas de mi hijo con él, como quisiera ser yo, como la que a todos los que le hablo de ella quisieran tener.
Mi abuela me dice cosas lindas, me reclama con razón mis dedos mochos, se puso triste cuando estuve triste y se alegra de mis alegrías.
Soy mucho de lo que ella me enseñó, soy una privilegiada porque una persona como ella está en mi vida, me llena de orgullo ser su nieta y no podría definirme sin nombrarla.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué lindo, no dejes que tu abuela no lea esto. Loviu.
Rober.