viernes, 1 de julio de 2011

Leyenda (sub)urbana

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Cuenta la leyenda que todas las noches recién terminada la comida, con la familia entera aún reunida en la mesa, en esos silencios que mágicamente se producen, escuchaban sus pasos acercarse.
La Tía Antonia hacía su entrada triunfal, arremangada hasta por arriba de los codos, sólo para pegar codazos a quien se interpusiera en su camino, se hacía dueña y señora de los platos, ollas y sartenes que la familia acababa de ensuciar, dejando todo limpio y reluciente cual publicidad de detergente.
Terminada su tarea, aprovechaba otro silencio para retirarse a su hogar.
Algunos dicen que antes de acostarse tomaba un té al que nunca dejaba enfriar y lo acompañaba de algún chocolate con almendras, otros dicen que las almendras se las ponía al helado de sambayón. Quizás ninguna, quizás las dos.

Rara es la vida, las leyendas y las sensaciones que hacen que si bien yo no conocía a la Tía Antonia la extrañe cada noche un poquito más.

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