miércoles, 10 de diciembre de 2008

Felicidades

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Los supersticiosos se la piden a las fuentes, a las tortas de cumpleaños y cada vez que pasa un tren.
Los tozudos, la buscan donde saben que definitivamente no está.
Los distraídos la confunden con comodidad.
Los negadores la encontraron hace rato y están convencidos que nunca se les va a escapar.
Los enamorados la sienten en la panza y los desenamorados sienten su ausencia en el mismo lugar.
Los pesimistas ya no creen en ella y los optimistas, contrariamente salen todos los días de su casa con la confianza y la seguridad que en algún momento del día se la van a cruzar.
Mi mamá dice que está en sus hijas. A mi papá le cuesta mucho reconocerla. Mi hermana se la dio a su novio para que se la cuide.
Y yo, la confundí con comodidad y la busqué donde sabía que no iba a estar. Lloré del dolor de panza cuando la perdí y hasta desconfié de su verdadera existencia.
Gasté fortunas en las fuentes, y no hubo tren que no cargara con mi pedido.
Hasta que finalmente entendí que no es una constante ni un regalo. No es una recompensa, ni un placebo, no es eterna ni inmensa.
Se trata de momentos, o la suma de ellos. Un beso en el momento justo, un abrazo a tiempo, una película en el sillón, un helado de sambayón y frutilla a la crema, un chocolate con almendras, su espalda en mi cama, una tarde de sol o una mañana lluviosa, es el momento en el que abro los ojos y cuando cierro la boca a tiempo. Es un desayuno en la cama, una caminata con música como única compañía. Una charla segura de deseos y la voz que necesito escuchar. Es sonreír en silencio y reírse a carcajadas. Es mi hijo y es el sonido de su voz cuando dice Mamá.
Es el instante en que tomo una decisión que va a cambiar mi vida. Y es sentir por un momento que todo está bien.

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2 comentarios:

Crisálida dijo...

me emocionas tonta.

Luli dijo...

Pero que Tontona, eh!